martes, 17 de mayo de 2011

LAS ALCALDESAS CANTANTES DE CÁDIZ

Teo Carrá

¿Es Marta?, ¡No!, es la Tó Roja
Como una parodia absurda y carnavalesca de la decadencia a Cádiz sólo le salen para alcaldesas imitaciones edulcoradas de cantantes de allá por los 70 y 80. Primero fue esa golden gold santanderina que tantas filias y fobias despertó. Nuestra versión de Rafaela Carrá propia y local vino para quedarse (cinqüe tre, cinqüe, quatro, cinqüe y hasta sei legislaturas va a aguantar). Los capullos rojos, tras su intentona fecha al franco modo, con aquel rostro calvo y bigotito de tan poca cartelgenia, comprenden la línea de imagen que hemos tomado y ahora nos traen una Tó-rroja que luce el flequillo a la izquierda y poco más.Esto es toda una revolución política. Lo digo en serio. Puesto que a los políticos no sólo hemos de aguantarlos, sino que además hay que sufrirlos, no está de más que sus rostros evoquen otros rostros más amados. Lo malo es que a Cádiz le tocan semblantes de poco fuste, algo cutres o mal envejecidos. Lo bien que nos vendría para nuestro rincón del fracaso, el paro y la burla, un alcalde a lo Dylan, de pelo ensortijado revuelto por el levante, o por qué no, una Morrisette de pelo revuelto e irónico ante tanto milenarismo y colas el día 10. El milenarismo ha llegado, sí, y el año que viene se acaba el mundo, dicen los Amaya. Ajolá me coja por la mañana, durmiendo.  Nuestros cantantes y autores propios, esos pequeños dioses a los que acariciamos entre la muchedumbre allá por febrero, no han tenido la ocurrencia de presentarse nunca a la alcaldía aprovechando el tirón de las caras musicales con carisma. Estaría bien.
Si el Yuyu dejara el micrófono por el salón de plenos de Cádiz al menos éste adquiriría un tinte definitivamente surrealista y menos amarillo, de palomos emporrados y sentadas para liberar al chopped. Imagino a un Selu que calca a los políticos pero a la carnavalesca, haciendo como que se entera de todo, pero sin enterarse de nada (igualito que los políticos, pero con un arte que lo salvaría). En todo caso, mi alcalde-cantantautor de este Cádiz que va borrando el viento sería J.C. Aragón, un chulazo herido que desafía a sus votantes, ontológicamente controvertido, filósofo de barra y provocador de instituto que al menos no nos dejaría indiferentes y a veces lo odiaríamos y otras sonreiríamos su canallería. Aragón sería un antipolítico, y en general todo el magno guiñol del carnaval, porque se pierden al decir lo que piensan y lo que sienten, por muy absurdo o incorrecto que esto sea. Ellos no arreglarían nada, pero al menos, se declararía el carnaval a perpetuidad, y en lugar de macetas y pintar las calles, tendríamos macetas, sí, pero de cerveza y calimocho, y tablaos todos los meses del año, con marquesinas en invierno para la lluvia y toldo en veranito para el solazo. Y todos votaríamos, sí, ¡Potpurrí, potpurrí, potpurrí, potpurrí! Y dejaríamos, cuando votamos, al fin, ¡qué alegría!, de hacer el capullo.

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